Tras el cristal
del vehículo que recorre los caminos
de mi querida Etiopía, observo
nuevamente la vida que
discurre en ellos. Este año, mis
ojos se posan constantemente en esas
garrafas de color amarillo ¿hay más o ahora las
veo más? Cargadas a las espaldas de mujeres y niñas la mayoría
de las veces, recorren diariamente como en una letanía, kilómetros
hasta el pozo de agua, son
colocadas ordenadamente
según van llegando,
esperan pacientemente su turno para
ser llenadas (quizás pasen horas)
y finalmente regresan
a casa.
Abro el grifo en un
acto mecánico y recuerdo
esas horas de espera y
aquellas espaldas cargadas con
el preciado líquido, salpicando el camino
de doloroso color. Cierro el grifo, pero no puedo sentir
ni su esfuerzo
ni su cansancio.